sábado, 26 de diciembre de 2009

El Encuentro

Capitulo 1º
Parte 1

EL RENACER DE UNA NUEVA ERA.

Quien me iba a decir a mí, que en mi larga vida me ocurriría algo semejante. Casi a mis 61 años y viendo el final de mis días una mutación de la conocida gripe acabaría con raza humana, solo los ancianos como yo hemos resistido al virus denominado gripe A. ¿Por qué nosotros os preguntaréis? En 1950 ya hubo una cepa de la gripe, tan fuerte como la actual y nuestro sistema inmunológico cogió las suficientes defensas, por lo cual la gripe A  a nosotros no nos afecto, pero las consecuencias han sido desastrosas. Un planeta desolado, inmovilizado por la peor plaga que ha existido en este planeta, “el Hombre” el único animal capaz de destruir a sus semejantes por egoísmo y ambición.









Estaba asomado al balcón de mi humilde piso de Barcelona, el hedor de los cadáveres que yacían en las calles era insoportable, no sabría decir cuántos muertos podía vislumbrar, ya que la tenue luz del día añadido a mi pobre visión me dificultaba esa ruda tarea, que no era sino una mera distracción, ya que hacía tres días que me encontraba solo. El panorama era desolador, la estrecha calle Hospital que hasta hace muy poco albergaba un bullicio de ir y venir de gente de todas las etnias estaba completamente desolada, solo se escucha el leve sonido del viento. De repente a lo lejos vi algo que se movía, empezó a caerme una gota de sudor de mi frente, el miedo invadió mis entrañas y sentí que se me estremecía todo mi cuerpo, no podía dar crédito a lo que veían mis ojos, dos hombres de edad avanzada como la mía, estaban arrancado las extremidades de un cadáver, me quede inmovilizado ante tal escena, uno de ellos el más corpulento decía:
- Este cuerpo está todavía fresco, fíjate está empezando a anochecer, deberíamos irnos al refugio.
- Sí –asintió el más menudo.
Y sin mediar palabra se fueron alejando por donde llegaron. Todo esto me dejo dubitativo, no pude evitar mirar de reojo mi despensa, más de uno mataría por esas latas de callos a la madrileña, que tenía a buen recaudo. La noche se echó encima, sin luz ya en nuestros hogares me dispuse a encender una vela. De golpe un ruido ensordecedor interrumpió en la calle, de nuevo me dispuse a asomarme al balcón, una joven de no más de unos 18 años deambulaba sola dando tongos de un lado a otro, parecía mal herida, ¿Cómo es posible que sobreviviera a tal letal virus? Esa y muchas más preguntas empezaron a rodearme por la cabeza pero después de ver a esos dos desaprensivos no dude un instante y me dispuse a socorrer a esa joven, me alce y grite:
¡Oye!-la chica alzo la vista sin alcanzar a verme, me apresure a acercar la vela y la empecé a mover efusivamente, tanto que se me apagó pero fue suficiente para que ella me localizara.
(Continuará....)
Paco Pintor

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